CONMEMORACIÓN MARÍA AUXILIADORA 24 DE ABRIL

La Virgen María y la Resurrección de Jesús:

Madre de la Esperanza Viva

¡Jesús ha resucitado! ¡Aleluya! y ¡feliz pascua!

Hoy es 24 mes en donde siempre recordamos a la Virgen María como Auxiliadora nuestra, en este mes en particular nos encontramos en la octava de pascua, con el gozo que nos da saber que Jesús Vive!

A menudo contemplamos a la Virgen María en momentos clave de la historia de la salvación: la Anunciación, la Visitación, Belén, el Calvario. Pero hay un momento crucial en el que su presencia, aunque menos narrada explícitamente en los Evangelios, es fundamental para comprender la vitalidad de nuestra fe: el tiempo entre la muerte de Jesús y su Resurrección, y su posterior rol en la Iglesia naciente. En este espacio, María se nos revela de manera singular como la Madre de la Esperanza Viva.

Para entender esto, debemos recordar que la vida de María, como la de todo creyente, fue un camino de fe progresiva, una «peregrinación de fe» en continuo crecimiento. Desde la Anunciación, su mente fue introducida en la «radical «novedad»» de la autorrevelación de Dios. Sin embargo, este misterio se le reveló gradualmente, de modo que María, durante toda su vida, estuvo «en contacto con la verdad de su Hijo solo en la fe y mediante la fe». Este camino de fe sin duda, no estuvo exento de «una particular fatiga del corazón», una realidad que resuena profundamente durante la Pasión y muerte de Jesús.

En el Calvario, al pie de la cruz, María vive la experiencia más tremenda: el sufrimiento por la muerte de un hijo. Allí, Jesús le da una nueva vocación: ya no solo será su madre, sino Madre del discípulo amado, y simbólicamente, Madre de todos los que quieren creer en su Hijo Jesús y seguirlo. Es en este momento de aparente derrota donde se consolida su misión como Madre de la humanidad.

Después de que Jesús es colocado en el sepulcro, los evangelios nos dicen poco de María, pero la tradición de la Iglesia nos ayuda a comprender su papel. María es «la única que mantiene viva la llama de la fe, preparándose para acoger el anuncio gozoso y sorprendente de la Resurrección». La espera que ella vive el Sábado Santo constituye uno de los momentos más altos de su fe: en la oscuridad que envuelve el universo, ella confía plenamente en el Dios de la vida y, recordando las palabras de su Hijo, espera la realización plena de las promesas divinas. Ella ya había creído «contra toda esperanza» al decir su «sí» a la Anunciación, recordando la frase «nada es imposible para Dios» (Lucas 1:37), que la sitúa en la línea de la fe de su pueblo, como le fue dicho a Sara (Génesis 18:14). Y ahora, con una fe probada por el dolor, se abre a la esperanza de la Resurrección.

Es por ello que María es llamada «Estrella de la esperanza» y «Madre de la esperanza». Su actitud de esperanza se realiza a través de un itinerario que comparte la vida misma de Cristo. Ella, que es la primera creyente, encarna la esperanza teologal de la forma más plena. Su maternidad, redimida del pecado y de la muerte (implicado por Génesis 3:15 y 3:19, mencionados en relación con su Inmaculada Concepción y Asunción), se abre al don de una vida nueva en Cristo. El mismo Jesús es «nuestra esperanza» (1 Timoteo 1:1), y por Él, María es «Madre de la esperanza».

¿Pero cómo nos enseña María, la Madre de la Esperanza Viva, a vivir como resucitados hoy, en medio de nuestras realidades cotidianas?

Una vida de fe y escucha activa: María es modelo de la creyente. San Lucas destaca su acogida reflexiva y sabia del misterio, señalando que «María conservaba todas estas cosas en su corazón» (Lucas 2:19, 51). Ella es Virgen en la escucha y mujer de corazón atento, realizando el primado de la escucha y la memoria propios de la espiritualidad bíblica. Vivir como resucitados implica meditar la Palabra de Dios en nuestro corazón y permitir que moldee nuestra identidad, confiando en Dios incluso cuando no comprendemos del todo, acogiendo «con docilidad esa palabra, que ha sido injertada en vosotros y es capaz de salvar vuestras vidas» (Santiago 1:21b).

Confianza inquebrantable y oración: María nos enseña a confiar en Dios. El Papa Francisco nos recordaba: «¡Tenemos Madre! Aferrándonos a Ella como hij@s, vivamos de la esperanza que nos lleva a Jesús».

María es figura de oración, la primera discípula que nos enseña a orar. Su disponibilidad y apertura ante Dios se manifiestan en sus brazos abiertos. Una sincera, filial e ilimitada confianza en María nos ayuda a superar obstáculos. Vivir como resucitados es mantener una relación constante de oración con Dios y confiar filialmente en la intercesión de María como Auxiliadora, buscando refugio en Él en los momentos difíciles (Salmo 70/71). Nunca se ha oído que alguien que haya recurrido con confianza a María y haya sido abandonado.

Servicio y «ensuciarse las manos»: En Caná, María observa una necesidad («No tienen más vino» – Juan 2:3) y actúa. Su intercesión muestra un auxilio extraordinario y el coraje de «meterse en medio», de «ensuciarse las manos». Ella le dice a los sirvientes, y a nosotros: «Hagan lo que Él les diga» (Juan 2:5). Este «hagan» es central en la vida cristiana. María nos impulsa a la acción, a la caridad.

Ella representa el rostro femenino de la Iglesia, capaz de intuición espiritual y de dar a luz grandes misiones. Vivir como resucitados es ser atentos a las necesidades de los demás, intervenir con caridad y poner en práctica la Palabra de Jesús, pues «la religiosidad auténtica e intachable a los ojos de Dios Padre es ésta: atender a huérfanos y viudas en su aflicción y mantenerse incontaminado del mundo» (Santiago 1:27). Jesús mismo dijo: «Yo estoy entre ustedes como el que sirve» (Lucas 22:27), y su ejemplo de no violencia (Mateo 5:39, Mateo 26:52, cf. Juan 18:11) nos muestra que la verdad se expresa en la forma del agape, el don de sí mismo por el otro. Poner en práctica la Palabra es clave, no solo oírla (Santiago 1:22)

Aceptar el misterio pascual: La vida de María estuvo marcada por la alegría pero también por el dolor, siempre unida inseparablemente a Jesús. Ella vivió la experiencia pascual junto a su Hijo. La piedad mariana nos abre a la esperanza y nos empuja a buscar «soluciones de vida», incluso donde imperan el dolor y la muerte. Vivir como resucitados significa integrar nuestras propias cruces y sufrimientos en el misterio pascual de Cristo, confiando en que, como en María, el dolor no tiene la última palabra, sino que conduce a la vida nueva. La «mansedumbre» salesiana es un signo de un corazón que ha experimentado una verdadera transformación pascual (Santiago 3:17-18).

Ser testigos y portadores de Cristo: María es «una singular testigo del misterio de Jesús» . Ella, la primera evangelizada, se convierte en evangelizadora. Ella es «portadora de Cristo y a Cristo». Su vida guiada por Dios, su «sí» y colaboración en la historia de la salvación, son un gran signo de libertad y responsabilidad. Para los discípulos de Cristo, la maternidad de María se extiende a ellos; el Espíritu les capacita para vivir su filiación divina participando también de la filiación mariana. Vivir como resucitados es encarnar la historia de Cristo en nuestra propia historia, prolongando sus gestos, siendo el sonido de sus palabras, siendo testigos de esperanza en nuestro mundo y llevando a Cristo a los demás, siendo «piedras vivas de la Iglesia para actuar su misión».

Mirar a María, la Madre de la Esperanza Viva, nos invita a una vida de fe profunda, escucha dócil, servicio valiente y esperanza firme, anclada siempre en su Hijo resucitado. Ella, nuestra Maestra, nos moldea y educa, acompañándonos maternalmente en nuestro peregrinaje. Siguiendo su ejemplo, podemos vivir plenamente nuestra identidad de «hijos en el Hijo», siendo auténticos testigos de la vida nueva que brota de la Resurrección de Jesús.

Oración a María, Madre del Resucitado

Santa María,
Madre del Crucificado y del Resucitado,
Tú que guardaste la esperanza en el silencio del Sábado Santo,
enséñanos a esperar cuando todo parece perdido.

Tú que creíste sin ver,
danos una fe firme y serena,
capaz de sostenernos en medio de las pruebas.

Tú que acompañaste a los discípulos en la espera del Espíritu,
acompaña también a tu Iglesia hoy,
y enséñanos a vivir como testigos de la Resurrección.

Madre de la Esperanza,
danos tu mirada cuando los ojos se nublan,
danos tu paz cuando el corazón tiembla,
y llévanos siempre a tu Hijo, el Viviente,
Jesús, nuestra Pascua eterna.

Amén.

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