Conmemoración Madre Mazzarello octubre 2025
Madre Mazzarello
y el arte de consolar con esperanza
¡Viva Jesús y María en nuestros corazones!
La vida está llena de giros inesperados, y es precisamente en los momentos de mayor desafío y dolor cuando descubrimos la verdadera fuerza del consuelo.
El consuelo es aquello que podemos ofrecer cuando la realidad no puede ser reparada; es, en esencia, el deseo profundo de aliviar una pena. (Christophe André, Consolaciones )
Sin embargo, desde una mirada espiritual y salesiana, el consuelo no se reduce a un gesto de compasión o a una palabra amable. Es una “presencia” que acompaña, una “presencia del Espíritu Santo” que con su ternura sana y fortalece, es una transmisión de la fuerza de la fe que enciende esperanza en el que sufre.
Madre Mazzarello, añadía con su vida que “la alegría y la confianza en Dios son el mayor consuelo que podemos ofrecer”.

Existen días en que el cansancio, las heridas familiares, el peso del trabajo o la soledad golpean el corazón. ¿Quién no ha necesitado alguna vez que alguien se acerque, escuche, abrace y diga con ternura: “no estás solo”? Todos anhelamos ese aceite del consuelo que suaviza las heridas, y ese vino de la esperanza que devuelve la alegría de vivir.
En los momentos de dolor, pérdida o tristeza, necesitamos el abrazo de los que permanecen, la escucha de quien no juzga y la ORACIÓN y el afecto sereno de quien sabe sostenernos en la fe sin borrar el sufrimiento.
Pero consolar a alguien no es tarea fácil: requiere silencio, empatía y la humildad de reconocer que no todo puede ser explicado, aunque sí puede ser acompañado con amor y desde el misterio Pascual.
En medio de esta sed de ternura, la figura de Madre Mazzarello, nos recuerda que también consolando, cada persona puede ser misionera de esperanza entre los pueblos, allí donde vive, trabaja y ama.
Recordemos el encuentro que se dio en 1873 entre la joven Enriqueta Sorbone y Don Bosco, momento que marcará el rumbo de su vida. En medio de la alegría de recibirlo en su pueblo Rosignano Monferrato, que aclama al santo, ella lo contempla con asombro y emoción, sintiendo que ante sus ojos pasa la bondad de Dios.
Don Bosco, con mirada profética, le dice: “Tú vete a Mornese”, asegurándole que allí la Providencia cuidará de ella y de sus hermanos. Aquella indicación se convierte en una llamada vocacional: Enriqueta confía y obedece, dejando su hogar y poniéndose en manos de Dios.

En Mornese, su corazón generoso no olvida a sus hermanitas (ya que son huérfanas de madre); la preocupación por su bienestar y su educación la acompaña constantemente. A menudo suspira pensando en ellas, temiendo haberlas dejado solas.
Viendo su inquietud, las Hermanas de Santa Ana se ofrecen a cuidarlas, pero Madre Mazzarello, con ternura y firmeza, la consuela:
“No, Enriqueta; tus hermanitas son nuestras. Estáte tranquila.”
En esas palabras maternales, Enriqueta siente la presencia de María Auxiliadora: el amor que protege, educa y serena.
Tiempo después, las cinco pequeñas hermanas Sorbone llegan a Mornese, recibidas con afecto por toda la comunidad. Madre Mazzarello, atenta y creativa, prepara con sus propias manos una camita para la pequeña Angelina, símbolo del cuidado concreto y alegre que la caracteriza.
Enriqueta, al ver a sus hermanitas felices y seguras, comprende que el amor de Dios se ha hecho hogar en Mornese. Así, bajo el manto de María Auxiliadora, su entrega se vuelve plena y su familia encuentra consuelo. (Cfr. Cronistoria, vol. II, pp. 26–66)
Madre Mazzarello no consolaba con palabras vacías, sino con gestos concretos. Su aceite del consuelo eran sus manos que trabajaban, su sonrisa que calmaba, su mirada que alentaba a las jóvenes.
En un mundo donde muchas veces se ignora el dolor ajeno, ella nos enseña a mirar con compasión, a detenernos y acompañar.
Ser portadores del aceite del consuelo hoy significa acercarnos a los que sufren, escuchar sin juzgar, ofrecer tiempo y comprensión.
En cada pequeño gesto de amor, el Espíritu Santo actúa como bálsamo, recordándonos que Dios consuela para que nosotros consolemos a otros.
“Bendito sea Dios, Padre de Cristo Jesús, nuestro Señor, Padre lleno de ternura, Dios del que viene todo consuelo. Él nos conforta en toda prueba, para que también nosotros seamos capaces de confortar a los que están en cualquier dificultad, mediante el mismo consuelo que recibimos de Dios.” (2 Corintios 1, 3-4)
El verdadero consuelo no borra el dolor, pero transforma las heridas en esperanza. El vino de la esperanza no es otra cosa que la alegría profunda de sabernos amados por Dios, incluso en medio de las pruebas.
Madre Mazzarello lo derramaba con espontaneidad: un canto, una broma, una oración sencilla, un trabajo bien hecho. Su pedagogía era la del corazón alegre, reflejo del “Da mihi animas”. Cada uno de nosotros puede ofrecer ese vino de esperanza en su entorno:
cuando animas a un hijo desanimado,
cuando perdonas una ofensa,
cuando sonríes al que vive sin ganas,
cuando sigues confiando aunque las cosas no salgan.

“El Señor está cerca de los corazones quebrantados, y salva a los de espíritu abatido” (Salmo 34, 18)
La esperanza cristiana no es ilusión, es misión. Es la fuerza que nos mueve a seguir amando, a creer que el bien tiene la última palabra, a salir al encuentro de los demás como misioneros de alegría.
Queridos amig@s, todos llevamos en las manos un pequeño frasco de aceite del consuelo y un cáliz de vino de la esperanza. Dios nos los ha confiado para ungir el corazón de quienes nos rodean: en casa, en el trabajo, en la parroquia, en las redes sociales.
No hace falta ser santos de altar; basta que seamos personas con capaces de escuchar, de sonreír, de animar, de creer en los niños y jóvenes, de transformar lo ordinario en un lugar de encuentro con Dios.
Hoy, el mundo necesita menos ruido y más ternura. Menos quejas y más gestos de amor. Menos distancia y más presencia.
Y nosotros, como Madre Mazzarello, estamos llamados a hacer del Evangelio una caricia que sana y una palabra que alienta.