Conmemoración Don Bosco Octubre 2025

Don Bosco ante el duelo

cuando la fe consuela en el dolor

Queridos amig@s: la vida humana está marcada por ciclos de alegría y también, inevitablemente, de profundo dolor. El duelo es una experiencia universal, y la fe nos enseña a vivirlo, no a evitarlo. Cuando enfrentamos la pérdida, sentimos que una parte de nuestra propia vida se ha ido. Estamos próximos a recordar a los fieles difuntos y hoy te compartimos como también nuestros santos vivieron este momento, sigue leyendo y comparte este artículo con alguien que se encuentra en duelo o está sufriendo.

Incluso nuestros grandes santos, por ser profundamente humanos, conocieron este abismo de dolor. Pensemos en Don Bosco, nuestro Padre, en el momento cuando enfrentó la pérdida de su madre, Mamá Margarita. Ella, una mujer de virtud ejemplar, había sido un faro de prudencia y caridad en el Oratorio de Turín, actuando como la madre de sus muchachos. A finales de 1856, Don Bosco experimentó un dolor inmenso con su partida. Su madre había sido un pilar de su vida y ministerio, había sido el alma del Oratorio de Valdocco, la madre que con su ternura enseñó a cientos de jóvenes el valor del amor y la fe.

 Su partida, tras una dura pulmonía, dejó a Don Bosco y a sus muchachos sumidos en lágrimas y silencio. Sin embargo, aquel dolor se transformó para todos nosotros en un testimonio de cómo vivir el duelo con esperanza.

Los jóvenes rezaban sin cesar. Don Bosco lloró, sí, pero también oró. Celebró misa por su alma y confió el vacío de su corazón a María Auxiliadora, pidiéndole:

“Oh piadosísima Virgen, mis hijos y yo nos hemos quedado huérfanos. Sé vos nuestra madre.”

Esta escena nos recuerda que los santos también sufren, que la fe no anula el dolor, sino que lo transforma en encuentro con Dios.

Don Bosco experimentó el duelo desde la fe. No escondió su tristeza, pero la convirtió en oración, en acción, en amor.

Mamá Margarita le enseñó que la santidad se vive en lo cotidiano, y su muerte se volvió un acto que muestra que incluso la pérdida puede ser un lugar donde el amor se vuelve eterno.

Nosotros también hemos perdido personas queridas. Y como Don Bosco, podemos encontrar consuelo en la fe ya que para el que cree no existe la muerte, solo la vida que se transforma, que orar por los difuntos es mantener viva la comunión con ellos.

 El duelo no se supera olvidando, sino recordando desde la fe.

¿Por qué orar por los difuntos?

No obstante, en la práctica, cuando muere una persona, no sabemos si se salva o se condena. Por eso, debemos orar siempre por los difuntos, porque podrían necesitar de nuestra oración.

 Y si ellos no la necesitan, nuestras oraciones nunca se pierden: sirven a otras almas, ya que en virtud de la Comunión de los Santos existe una comunicación de bienes espirituales entre vivos y difuntos.

 Esta verdad de fe explica aquella hermosa costumbre popular de orar «por el alma más necesitada del Purgatorio». Así, cada plegaria se convierte en un puente de amor que une el cielo y la tierra, la vida y la eternidad.

Jesús dijo: «Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá. El que vive, el que cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?» (Jn. 11, 25)

Estas palabras nos devuelven la certeza de que el consuelo de Dios es real. En el duelo, el cielo no es una distancia: es una realidad.

Cuando la tristeza golpea, no estamos solos. Como Don Bosco, podemos llorar, orar, hablar con la Virgen, ofrecer una misa, recordar con gratitud.

 El duelo vivido desde la fe es camino de madurez espiritual. No se trata de negar la pérdida, sino de dejar que el amor siga actuando más allá de la muerte.

Oración del consuelo

Señor Jesús,

 Tú que lloraste ante la tumba de tu amigo Lázaro,

 mira nuestro corazón herido por la ausencia de quienes amamos.

 Danos el consuelo que solo tu Espíritu puede dar,

 la fe que sostiene, la esperanza que ilumina,

 y el amor que nunca muere.

 María, Madre del Consuelo,

 enséñanos a vivir nuestro duelo como Don Bosco,

 con el corazón en Dios y los ojos en el cielo. Amén.

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