¿Y si ayunamos de dioses falsos? y no liberamos de ellos…

dioses falsos

El dios perfeccionista , –con minúscula -, un dios que quiere y provoca el perfeccionismo y por tanto se vuelve implacable con quienes no llegan a la perfección, en varias ocasiones es mi mismo “YO” egoísta  la medida en la que todos se miden.  

El dios sádico –también en minúscula porque su presencia nos aplasta-, un dios que nos exige cosas que cuesten, cosas que sangren, cosas que duelan, que nos hace sentir, creer y decir, por principio, “mientras más difícil sea, ¡más signo es de dios!”.  

El dios negociante, exitoso –siempre en minúscula-,  exige obras, que exige cultivar la imagen, la apariencia que es alguien que puede comerciarse. Por eso la relación con ese dios se torna mercantilista: “te hago para que me des”…  

El dios personalista e intimista –continuamos con minúscula- un dios hecho a nuestra pobre medida. Es el dios de mi propiedad, a quien manejo: lo hago a “mi imagen y semejanza”, para mí; es un dios exclusivo porque es de mi propiedad, es el dios que me “ayuda” en “mis” cosas.

El dios manipulable, abarcable -en minúscula porque es muy pequeño-un dios a quien se le puede manipular con ciertos ritos, cultos, amuletos, oraciones o conocimientos esotéricos, a quien se le conoce en los libros, en el saber, en el entender lógico pero no invade toda la vida.

El dios juez implacable –en minúscula por su mezquindad- un dios que está listo para juzgarnos y castigarnos, sobre todo, en lo que respecta a nuestro cuerpo y nuestra sexualidad y en todo aquello que hagamos mal. 

El dios hedonista –por supuesto en minúscula- un dios del puro placer, un dios facilón. El dios del niño, que es imagen de sus proyecciones y de sus miedos. El dios de la sola resurrección, que no pasa por la muerte, que no quiere ver el sufrimiento, que no asume las consecuencias del compromiso con Él y con los hermanos.

El dios todopoderoso –sin variar, en minúscula- un dios que se confunde con el poder, que se coloca en la prepotencia y que entonces nos arma los mayores embrollos: no podemos explicarnos ni entender, ni aceptar el mal ni el dolor frente a este dios falso, haciéndolo responsable de las consecuencias del mal en el mundo, y de las consecuencias de la acción libre del ser humano en contra de sí mismo.  

El dios de la falsa conciliación y de la falsa paz.–en minúscula por su cobardía- un dios de una paz, por ejemplo, sin justicia. Un dios que no exige la radicalidad del compromiso, sino el “bienestar” sin conflicto. que prefiere “no meterse en problemas”, indiferente. 

Dios verdadero

El Dios de Jesús es el Dios de la alegre misericordia como lo encontramos en el Hijo Pródigo (Lc. 15, 11 –22); EL Dios que celebra el perdón con la fiesta; el Dios que le interesa nuestro corazón y no nuestras acciones, el Dios que no nos pide la perfección sino la apertura a su modo diferente.

El Dios de Jesús es el Dios del amor incondicional que nos quiere por lo que somos y no por lo que hacemos; el Dios que nos busca más, precisamente cuando hemos sido más alejados(as) de lo que nosotros(as) hemos captado como “su camino”. El Dios que nos ha querido cuando aún éramos pecadores(as) (Rm. 5,8) y nos ama y nos prefiere justo por ello 

(Mc. 2, 16 – 17).

El Dios de Jesús es el Dios de la gratuidad. Es la palabra que quizás, lo representa más. Todo en Él es gratuito. No se le compra con nada, no se nos vende por nada. Todo en Él, todo Él, es regalo (Mc. 10, 45).

El Dios de Jesús es el Dios del Reino, es decir, de un proyecto histórico suyo para con la humanidad; proyecto que implica la paz, la justicia, la concordia, la solidaridad, la igualdad, el respeto entre todas las personas y el equilibrio con el universo. Es un proyecto que comenzó ahora y termina en Dios también. Es el Dios que se encarna en cada uno(a) pero sigue siendo radicalmente Otro (Mt. 25,31 – 46).

El Dios de Jesús es el Dios que se experimenta, es decir, se le conoce y se le comprende desde la experiencia y el encuentro con Jesús, y no desde el conocimiento (Jn. 14, 8 – 9). No hay pasos ni gradaciones en su comprensión. La clave exegética para estar en su sombra es el reconocimiento de nuestra condición de limitados y de pecadores, de pobres y de necesitados. Esta es la condición de su experiencia (Mt11, 25).

El Dios de Jesús es el Dios de la libertad (Gal. 5,5) y la confianza, que apuesta por nuestra libertad y nos insta a ser libres (Jn. 8, 31 – 36). Nos pone el amor como único criterio normativo. Es un Dios que pone el amor sobre la ley, la misericordia sobre la justicia. Es un Dios que nos invita a soltarnos y dejarnos llevar por Él (Mt.6, 24 – 34).

El Dios de Jesús es el Dios Pascual, nos enseña algo radicalmente nuevo: que si el grano de trigo no muere no da fruto (Jn. 12, 23 – 24) Da sentido al saber entregarse hasta el fondo: la muerte que genera vida (Jn. 12, 25 – 26).

El Dios de Jesús es el Dios encarnado“en-tierrado” que escoge lo débil, lo pobre, lo pequeño como primer canal de revelación: la encarnación antes que cualquier otra formulación teofánica (Jn. 1, 14).

 El Dios de Jesús es el Dios de la esperanza, es quien provoca en nosotros la capacidad de creer y de esperar, que hace posible que colaboremos en la movilización de la historia…

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