Madre Dolorosa ayúdanos a “ esperar contra toda esperanza”
(Rm.4,18)
CONMEMORACIÓN MARÍA AUXILIADORA 24 DE MARZO 2024
¡Hoy es 24!
Hay ocasiones en la vida que parecería que se nos acaban las fuerzas, las situaciones difíciles se suman, el cansancio es grande y nos parece que todo va mal, en estos momentos podemos decidir la manera de ubicarnos frente al sufrimiento y al dolor, podemos quedarnos caídos, sentirnos desesperados, agobiados por la impaciencia, sin fe como paganos o como creyentes podemos orar y esperar contra toda esperanza en el Señor, que ha vivido como nosotros «y se ha hecho verdaderamente uno de nosotros, en todo semejante a nosotros, excepto en el pecado» (cf. Heb 4, 15)
Los sentimientos de tristeza y dolor también alcanzaron a Jesús, en una intensidad particular en el momento de su Pasión y muerte. Recordemos que: «Tomando consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, comenzó a sentir temor y angustia, y les decía: Triste está mi alma hasta la muerte» (Mc 14, 33-34; cf. también Mt 26, 37). En Lucas leemos: «Lleno de angustia, oraba con más insistencia; y sudó como gruesas gotas de sangre, que corrían hasta la tierra» (Lc 22, 44).
También nuestra Madre María, vivió la angustia, la impotencia, no era un llanto falso, era su corazón destrozado por el dolor. Es el momento en que su esperanza será puesta a prueba de la manera más severa, justo ahí en la pasión y en la cruz, hasta el Calvario. Y allí, de pie… la gente seguramente decía: “Pobre mujer, lo que sufre”, y los malos seguramente dijeron: “Ella también tiene la culpa, porque si lo hubiera educado bien esto no habría acabado así”. Allí estaba, con el Hijo, con la humillación del Hijo. Allí parece que a su Hijo, su único Hijo no le queda ninguna posibilidad su cuerpo destrozado y clavado, sin apariencia humana, es para María la mayor prueba para su esperanza.
Abraham creyó, “esperando contra toda esperanza” (Rm 4, 18)
Y la Madre permanece de pie junto a la cruz (cf. Jn.19,25). Esa posición de estar de pie junto a la cruz de Jesús, manifiesta una actitud espiritual: su alma se sostenía por la esperanza en Dios.
La Madre al igual que Abraham que, obedeciendo la voz del ángel, quiso ofrecer a Isaac en sacrificio (cf. Gén.22,1-13) porque creía que para Dios no hay imposibles, que poderoso era Dios para resucitarlo de entre los muertos (cf. Heb.11,19), así también María soportó las humillaciones y la muerte de su Hijo porque, por la esperanza, ella confiaba que poderoso era Dios para resucitarlo de entre los muertos. Como Abraham, una vez más, esperó contra toda esperanza y su esperanza no se vio defraudada.
La esperanza no es resignación pasiva, no es un antídoto a nuestras frustraciones o una terapia contra la depresión.
La esperanza auténtica, es la virtud teologal dada por Dios en nuestro bautismo, que nos permite ver lo que está más allá de nuestro horizonte visual, lo que se encuentra escondido, lo que está en germen, incluso lo que todavía no existe pero llegaría a existir pues la mano de Dios SIEMPRE obra y para Él no hay imposibles.
La esperanza, sustentada en la fe, nos lleva a:
- Superar el mero realismo de los hechos consumados.
- Es una invitación a ver de otra manera, creyendo que Dios nos ama y es el Dios del imposible.
- Es buscar en medio de toda situación por difícil que parezca, la voluntad del Señor y no la nuestra.
- Se trata de dirigir nuestra mirada hacia Dios y, sólo desde esa mirada podremos encontrar el sentido de lo que aparentemente no tiene sentido, la luz en medio de la oscuridad.
Estamos llamados a testimoniar nuestra fe y esperanza, a dar razones de nuestra esperanza (Cf., 1Pe 3, 15), a “esperar contra toda esperanza.”
María es para nosotros un modelo de esperanza. En todos los momentos en que en nuestra vida nos sentimos avasallados por la duda, el miedo, la desconfianza, el desaliento, el desfallecimiento e, incluso, la desesperación, alcemos la mirada a María Auxiliadora y recordemos las pruebas que ella debió pasar y que las superó por una confianza ilimitada en el auxilio de Dios, es decir, por su esperanza.
OREMOS:
Madre de la Iglesia y Consuelo de los afligidos, nos dirigimos a ti con confianza, en las alegrías y en las fatigas de nuestra vida.
Míranos con ternura y acógenos entre tus brazos.
Reina de los Apóstoles y Refugio de los pecadores, que conoces nuestros límites humanos, las faltas espirituales, el dolor por la soledad y el abandono, sana nuestras heridas con tu dulzura. Amén
(Cfr. Oración del Papa Francisco con los Obispos eslovacos 15-9-2021)
La Virgen nunca pidió nada para sí misma, nunca. Sí para los demás: pensemos en Caná, cuando va a hablar con Jesús. Nunca dijo: “Soy la madre, mírenme: seré la reina madre”. No lo dijo nunca. No pidió algo importante para ella, en el colegio apostólico. Sólo acepta ser madre. Acompañó a Jesús como discípula, porque el Evangelio muestra que siguió a Jesús: con sus amigas, mujeres piadosas, seguía a Jesús, escuchaba a Jesús. Una vez alguien la reconoció: “Ah, ahí está su madre”, “Tu madre está aquí” (cf. Mc 3,31)… Seguía a Jesús. Hasta el Calvario. Y allí, de pie… la gente seguramente decía: “Pobre mujer, lo que sufre”, y los malos seguramente dijeron: “Ella también tiene la culpa, porque si lo hubiera educado bien esto no habría acabado así”. Allí estaba, con el Hijo, con la humillación del Hijo.
Honrar a la Virgen y decir: “Esta es mi Madre”, porque ella es la Madre. Y este es el título que recibió de Jesús, justo ahí, en el momento de la Cruz (cf. Jn 19,26-27). Tus hijos, tú eres Madre. No la nombró primer ministro ni le dio títulos de “funcionalidad”. Sólo “Madre”. Y luego, los Hechos de los Apóstoles la muestran en oración con los Apóstoles como una madre (cf. Hch 1,14). Nuestra Señora no quiso quitarle ningún título a Jesús; recibió el don de ser su Madre y el deber de acompañarnos como Madre, de ser nuestra Madre. No pidió para sí misma ser cuasi-redentora o una co-redentora: no. El Redentor es uno solo y este título no se duplica. Sólo discípula y madre. Y así, como madre debemos pensar en ella, debemos buscarla, debemos rezarle. Ella es la Madre. En la Iglesia Madre. En la maternidad de la Virgen vemos la maternidad de la Iglesia que recibe a todos, buenos y malos: a todos.
Dios realizará sus proyectos contando con el hombre, Él no va a hacer las cosas por nosotros; Él hará que cuanto hagamos alcance una plenitud que de otro modo no podría alcanzar. El Señor hará que nuestro trabajo y esfuerzo tengan la eficacia que sin su ayuda no tendrían. Por eso, vale la pena esforzarse y sacrificarse por un mundo mejor; pero, con la convicción de que no habrá un mundo mejor, un verdadero paraíso, sin la intervención de Dios.